La evolución de la masculinidad a través del arte
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Joseph Campbell en El héroe de las mil caras realizó un estudio comparativo de los mitos de diversas culturas del mundo para encontrar el camino en común que los héroes tienen en cada cultura, un viaje que tiene semejanzas desde la épica de Rama en India hasta los superhéroes de los cómics que ahora dominan el cine.
El investigador estadounidense escribe: “En todo el mundo habitado, en todos los tiempos y en todas las circunstancias, han florecido los mitos del hombre; han sido la inspiración viva de todo lo que haya podido surgir de las actividades del cuerpo y la mente humanos. No sería exagerado decir que el mito es la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas.”
Esta coincidencia entre los héroes de la antigüedad con los de nuestros tiempos encuentra una estrecha relación con la forma en la que el arte ha plasmado al hombre, al cambiar conforme a las culturas que lo representan y al mismo tiempo manteniendo una constante que se remonta a las primeras representaciones de la masculinidad.
La veneración de lo masculino
En Occidente, la figura masculina formó parte central de la cultura, era el mayor referente y se convirtió en la medida de belleza más importante. Se trataba de civilizaciones donde el hombre era el portador máximo de poder, ya fuera en el sistema de gobierno o en la mitología; y como tal, al representarlo gráficamente, debía resaltar la grandiosidad de su cargo político o la proeza que realizó en el mito.
En el Antiguo Egipto las representaciones de la masculinidad generalmente estaban reservadas para faraones u hombres de alto rango. Primero sin muchos detalles, con una corta falda, brazos pegados al cuerpo y con puños cerrados; sin embargo, en el Reino de Kush (1070 a. C. – 350 d. C.) las esculturas se caracterizaron por un mayor realismo y con un enfoque hacia el torso masculino.
Esta forma de representar al cuerpo del hombre continuó en Grecia con los kuros, estatuas de jóvenes que cuentan una clara influencia con las esculturas egipcias, pero a diferencia de las labradas en África del Norte, estas nuevas interpretaciones estaban desnudas y no hacían referencia a un dirigente, al encontrarse estrechamente relacionados con Apolo, el dios del sol.
En Grecia, y años después en Roma, las esculturas buscaron un mayor realismo, buscando movimiento en las figuras y centrándose en partes del cuerpo para dramatizar el poder de los héroes y dioses, con abultadas piernas y glúteos que hacían referencia a la fuerza física y sexual.
Desde los egipcios y principalmente con los griegos, buena parte de las representaciones masculinas se caracterizaron por cuerpos que parecían pertenecer a jóvenes y adolescentes, con musculatura discreta y falos de pequeño tamaño. Elemento que en la Hélade cobró una mayor relevancia al tratarse de una cultura abiertamente bisexual.
Un ideal de belleza
Al pensar en la figura masculina en el arte, nuestra mente inevitablemente nos lleva al David de Miguel Ángel, una escultura del Renacimiento que parece plasmar la perfección del hombre con una fuerte influencia en el arte griego. Sin embargo, la idea que los italianos renacentistas tenían sobre Grecia y Roma antigua era una construcción alejada a la realidad.
Los pintores europeos del Renacimiento comenzaron a realizar obras inspiradas en los griegos y romanos. No se trató de una réplica exacta de sus predecesores, en la antigüedad clásica no existió un cuerpo ideal del hombre, si bien predominaba el cuerpo del joven adolescente, a nuestros tiempos llegaron esculturas con exageradas musculaturas, como el Hércules Farnesio y el Torso del Belvedere.
Toda esta variedad de cuerpos hizo que los artistas del renacimiento se interesaran en plasmar a la perfección el cuerpo del hombre, el cual todavía era visto como el símbolo máximo de la belleza. Artistas como Masaccio, Donatello, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael comenzaron a aprender anatomía con cuerpos humanos para dibujar y tallar con más exactitud sus obras.
Como la mayor parte de las obras de la antigüedad griega y romana presentaban desnudos, los artistas renacentistas continuaron con esa tendencia, sin importar las restricciones cristianas sobre estas representaciones, ya que había pasajes bíblicos que les permitían a los artistas continuar plasmando el desnudo masculino a pesar del tiempo.
De hecho, Miguel Ángel pintó todos los cuerpos desnudos en El juicio final de la Capilla Sixtina, sin embargo el papa Pío IV mandó cubrirlos con velos y ropajes.
Se trató de una época de florecimiento artístico, donde los pintores se formaban en cerrados gremios dominados por los hombres y donde las mujeres sólo podían ingresar en caso de heredar el taller de algún familiar. Esta profesionalización del arte hizo que la forma de plasmar a la masculinidad variara notablemente y se enriqueciera con el paso de los años.
De esta manera, corrientes como el manierismo continuaron con la representación de figuras delicadas de la antigüedad, pero al mismo tiempo combatieron a los clásicos renacentistas al representar a cuerpos con posturas extrañas, llenas de movimiento y figuras casi deformes que iban en contra de la perfección de sus predecesores.
En contraste, el barroco se caracterizó por un regreso al realismo a la hora de representar al cuerpo del hombre, sin importar la edad, cargo o poder del individuo. Artistas como Caravaggio dieron un giro a la perfección renacentista con el uso de claroscuros que brindaron un dramatismo en los cuerpos que se plasmaban; de esta manera la búsqueda por plasmar la perfección se eliminó para dar paso a una representación de la realidad en su totalidad, la cual incluía a diversos grupos sociales y no únicamente héroes o figuras religiosas.
Interpretaciones modernas
Hasta el Renacimiento y el Manierismo, buena parte del arte se centró en la representación de importantes figuras, mitos o pasajes religiosos; tendencia que limitaba a los artistas, pero con el barroco los sujetos del arte crecieron y con esa expansión el hombre dejó de ser un sujeto de fascinación creativa.
El cuerpo masculino pierde fortaleza para enfocar la atención en otros símiles de la belleza, como la naturaleza, los paisajes o el cuerpo femenino.
Este desinterés por la figura masculina en el arte tuvo una excepción a principios del siglo XX. En la Unión Soviética la filosofía plasmada por Marx y llevada a la práctica por Lenin prometía que un mundo diferente podía existir, lejos de las grandes aristocracias europeas o las deidades adoradas por la Iglesia.
Fue así como nació el Realismo socialista, con el objetivo de propagar el camino del socialismo y el comunismo. El arte no se trataba de una inspiración poética, más bien se trataba de un vehículo para que el proletariado pudiera alcanzar una transformación ideológica.
Buena parte de este arte plasmó en estatuas y pinturas la idea del nuevo hombre soviético, el arquetipo sobre el cual se basaría la revolución gracias a su generosidad, educación, salud y fuerza física; sentimientos que fueron plasmados con figuras heroicas, jóvenes y caracterizadas por su musculatura.
De esta manera, buena parte de la historia del arte osciló entre dos tipos de hombres: la figura heroica —caracterizada por su fortaleza física—, y la juvenil, que presumía un cuerpo poco desarrollado y casi andrógino. Si bien la mayoría del arte moderno y contemporáneo dejó de utilizar estas figuras, en otros tipos de expresiones artísticas se han mantenido vigentes.
No es extraño que Eugen Sandow, considerado el padre del fisicoculturismo, haya posado para parecerse al “Ideal Griego” de las estatuas grecorromanas y se promocionara como un Hércules moderno; una tendencia que continuó en el cine con actores como Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone. En contraste, en los mayores escenarios musicales del mundo figuras como Mick Jagger, David Bowie e Iggy Pop volvieron a encantar por sus extraños movimientos e inusuales cuerpos juveniles. Al final, como escribió Joseph Campbell: el héroe continúa estando presente, sólo que con una multitud de máscaras diferentes.